El espacio de este mes me gustaría dedicarlo a una breve y sincera reflexión inspirada en dos películas que, al menos de este lado del mundo, se estrenaron a lo largo del presente año y que, a mí parecer, son análogas la una a la otra: si no por sus tramas, sus técnicas, sus personajes o sus temas, lo son, y en gran medida, por su más honda sensibilidad humanista. Se trata de dos películas que se sirven de conceptos y realidades que a la fecha —si no es que por siempre— son solo posibles en la ciencia ficción. Y digo que se sirven de ellos porque a pesar de lo imaginativo, lo ficticio o lo elevado de dichos conceptos, ambas historias son, de principio a fin, historias humanas. Son historias sobre relaciones, inquietudes y realidades humanas que se darían, y en efecto se dan, aun si prescindiéramos de las irrealidades introducidas por los filmes en cuestión.
Los filmes en cuestión, lo digo de una vez, son Belle, del director Mamoru Hosoda, estrenada en Japón en julio de 2021 e internacionalmente en 2022, y Everything Everywhere All at Once del dúo de directores conocido como Daniels. Las dos sacan provecho de aquello que en inglés se suele denominar high concept, y que en Belle toma la forma de un mundo virtual, altamente inmersivo, que proporciona a sus usuarios la oportunidad de una segunda —y anónima— vida, a la vez que en Everything Everywhere All at Once se materializa en la capacidad de experimentar y adquirir habilidades de vidas alternas en universos alternos.
Ambas premisas, no podemos negarlo, nos son a estas alturas bastante familiares. El mismo Mamoru Hosoda había ya emprendido la tarea de crear un mundo virtual para una de sus primeras películas, mientras que la interacción con otros universos de Everything Everywhere… es una idea que se ha ido filtrando con cada vez mayor frecuencia en las series y películas de años recientes. Mas injusto sería, imagino que quien haya disfrutado de las películas concordará, intentar describir, realmente transmitir la esencia de los trabajos de Hosoda y Daniels valiéndonos exclusivamente de sus high concepts. Hosoda y Daniels tienen, naturalmente, mucho más que decir acerca del ser humano que de sus redes sociales inmersivas o sus viajes multiversales.
Claro que Belle procurará hablarnos, a su manera, de aquellos huecos en las relaciones interpersonales que ninguna red social lograría llenar. Pero nos muestra además que es esta una verdad incluso para las relaciones frente a frente, en las que de una u otra forma subsiste siempre algún secreto. Y aunque bien podría cómodamente hacerlo, no se detiene ahí. Belle es, ante todo, la historia de dos personas que, cada cual por circunstancias particulares, han vivido como si no merecieran el apoyo, la comprensión ni la compasión de otros, y de cómo, a pesar de ello, se convierten el uno para el otro, solo después de un doloroso momento de absoluta sinceridad como ninguno otro que se hubieran antes permitido, en la fuente de coraje que necesitaban.
Y por supuesto que Everything Everywhere… intentará exponer las reacciones de impotencia, y en ocasiones desdén, nacidas a causa de lo descomunal de un multiverso ante el cual nuestras humanas vivencias parecen ser poco más que insignificantes. Mismas reacciones estas que, nos lo mostrará también la película, son perfectamente normales y hasta inevitables frente a la imponencia ya no de aquel multiverso trabajosamente concebible, ni siquiera la de los enigmas de nuestro propio cosmos, nada de eso; sino la imponencia propia de todo aquello a lo que hace frente una persona de a pie, sin para ello tener que salir de su pequeño, sí, insignificante en comparación, también, pero igualmente vasto universo humano. Y así como no lo hizo Belle, tampoco Everything Everywhere… se satisface con este comentario sobre su high concept. Simultáneamente retrata el incómodo y no obstante imprescindible proceso de conciliación entre personas de distintas generaciones que, como tales, son portadores cada una de muy diversos ideales, valores y preocupaciones.
Reconozco que podrían aún resultar insuficientes estos intentos de una más completa descripción de las películas. Podrían tampoco hacer justicia a la profundidad de los tópicos que tanto han apasionado a sus respectivos creadores. Lo que intento aquí decir es que Belle y Everything Everywhere… son dos filmes que lograron, con creces, humanizar sus high concepts.
Llegado este punto, válidamente nos sería posible preguntarnos: ¿Y no pasa esto con cualquier película de ciencia ficción, con cualquier historia que manipule un high concept? ¿No es acaso obvio que, por muy elevados los conceptos, toda historia, por el simple hecho de por manos y mentes humanas haber sido creada, de cosas humanas terminará también hablando? No me parece que sea así: ni toda película que manipula un high concept consigue, con la claridad de ideas con que lo hacen las películas de las que hoy hablamos, servirse de él para al mismo tiempo producir una trama que se convierta en un valioso comentario referente a la humanidad, ni es cierto que estemos las personas limitadas a discurrir sobre lo exclusivamente humano. Hablaré en especial del primero de estos dos puntos (que lo segundo, la habilidad de contar historias que verdaderamente trasciendan los temas usuales de la existencia humana, es una idea que todavía se me escapa).
En efecto, pareciera que toda película que se proponga poner en la pantalla un concepto ficticio, de alto grado de complejidad, deberá paralelamente edificar una trama que esté lo suficientemente enraizada en cavilaciones humanas como para inspirar en su público alguna sensación de empatía. Característica esta que, si bien ciertamente necesaria, no vemos reflejada con la misma intensidad en todos los filmes que parten de un high concept. Lo más común es, de hecho, que se dé prioridad a describir y explorar detalladamente las intrincaciones de dicho concepto, al tiempo que la subtrama —que en verdad amerita tal prefijo dada la menor importancia de la que suele gozar— humana se ve relegada a un segundo plano y solo está ahí porque tiene que estarlo. Tal fenómeno no se manifiesta ni en Belle ni en Everything Everywhere…. Pensemos, por ejemplo, que ambas películas resuelven su conflicto principal en el mundo real —o quizá sea más adecuado decir «en el mundo original»—: no en alguno de los muy diversos y ocasionalmente absurdos universos de Everything Everywhere…, no, tampoco, en U (que así lleva por nombre la red social de Belle y hasta ahora, malamente, he caído en cuenta de mencionarlo).
De cualquier forma, e incluso cuando ambos filmes recibieron críticas predominantemente positivas, no faltaron las desaprobaciones, a mi parecer injustas, respecto a la poca atención que estas películas prestaron a sus high concepts. Que hubo, pues, incongruencias o huecos explicativos sobre la lógica del funcionamiento de U o de los viajes multiversales. Sin embargo, ni una ni otra película pretenden emplear mucho de su tiempo explicando. Everything Everywhere…, incluso, antes lo dije, es deliberadamente absurda en algunas de sus exposiciones. Ni lo pretenden ni les hace falta, porque en ellas es el high concept quien está subordinado a la trama —así, sin ninguna clase de prefijos que le resten relevancia— humana. Más aún, cuando un director intenta sobrexplicar la lógica de sus elevados, pero a fin de cuentas inventados conceptos, se arriesga, por un lado, a caer en incongruencias incluso más graves que las que pudieran encontrarse en los trabajos de Hosoda y Daniels, y por el otro, a crear algo vacío de cualquier clase de emoción. Las explicaciones a veces salen sobrando.
No es esto querer decir que sea la una o la otra la manera correcta de abordar una historia de ciencia ficción. Mas habría por lo menos que admitir que es un hecho interesante y de gran valía que hoy en día podamos disfrutar de trabajos como los que este año nos han regalado Hosoda y Daniels, en los que junto a sus conceptos elevados coexisten historias, diríase, con los pies bien puestos en la tierra. Ciertamente, esta característica no está ni cerca de ser una novedad. Para no ir tan lejos, sin siquiera apartarnos de los directores de quienes hoy hablamos, es una característica, en mayor o menor medida, de toda la filmografía de Mamoru Hosoda.
Y si no es novedad, es más bien, creo yo, necesidad. ¿De qué otra forma puede la mente humana si ya no encontrarle un inequívoco sentido a estos high concepts, por lo menos intentarlo? ¿De qué otra forma sino forzándolos a descender de tales alturas al campo de la experiencia humana? Tal vez es sólo así, humanizándolos, que estos elevados conceptos —universos paralelos, viajes en el tiempo, el ciberespacio, inteligencia artificial— pueden significar algo para nuestras aún no tan elevadas mentes. Y aquí me permito citar un fragmento de Doctor Faustus, de Thomas Mann, que bien puede resumir esta intuición.
«Confieso que lo inconcebiblemente descomunal solo provoca en mí un encogimiento de hombros en el que se mezclan el renunciamiento y el desdén. La admiración y el entusiasmo por la grandeza, el rendirse ante ella, solo es posible dentro del accesible marco terrenal humano.»
Y esto no es todo. La necesidad, el impulso, se mueve en ambos sentidos. Así como buscamos «bajar» los conceptos elevados a términos con los que nos sea posible empatizar, así también el humano busca elevarse él mismo, ser más que —me apoyo de nuevo de las palabras de Mann— un mero «fenómeno biológico», incrustarse en todo aquello que está por encima, muy por encima de él. Basta, para tener un ejemplo de ello, recordar que si la existencia de múltiples universos no es todavía del todo evidente, mucho menos lo es, a pesar de que en ello descanse buena parte de la trama de Everything Everywhere…, que nuestras decisiones personales influyan de forma alguna en la creación de dichos multiversos.
Con todo, habrá quien muy atinadamente señale que no hace falta salir del «marco terrenal humano» para hablar de lo humano, que se pueden crear historias igualmente emotivas y reflexivas sin tener que recurrir a un high concept. Cierto, no lo discuto. Sin embargo, no deja de sorprenderme la frecuencia con la que requerimos de irrealidades como las de Belle y Everything Everywhere All at Once para atrapar, aunque sea por unos pocos instantes, una realidad cada vez más elusiva. Así que películas como estas, en momentos como estos, sí que son, en mi opinión, completamente necesarias.
Charly G. H.
Y ya que no resultó esto tan breve —pero sí tan sincero— como quería, quedará pendiente para otra ocasión reflexionar si es posible para el humano producir historias sobre experiencias no humanas (y en verdad hacerlo sin antropomorfizar sus sujetos), que hay cierto director, de quien antes he hablado en otro post, que, al menos, ha manifestado sus intenciones de lograrlo.
